YO HE VISTO A SATANÁS (POEMA DENUNCIA A UN MISÓGINO) por María Victoria Olmedo Toval

Este es el primer poema de un poemario que he escrito, al que he titulado DECEPCIONES, y que saldrá publicado en breve. 

Con mis poemas quiero dar testimonio del dolor de una madre; del dolor que he vivido y estoy viviendo todavía. 

Quiero que mi voz se oiga diciendo ¡basta! Que nuestras voces se oigan gritando ¡basta! ¡Basta a la misoginia que mata! ¡Basta a la misoginia que amenaza! ¡Basta a la misoginia que calumnia! ¡Basta a la misoginia que acosa! ¡Basta a la misoginia que aniquila! 

Grita conmigo ¡basta!

#Gritaconmigobasta

María Victoria Olmedo Toval




YO HE VISTO A SATANÁS
(POEMA DENUNCIA A UN MISÓGINO)
por 
María Victoria Olmedo Toval
Copyright © María Victoria Olmedo Toval

“La violencia contra la mujer se presenta de distintas formas, todas con consecuencias devastadoras. […]”
Naciones Unidas (@ONU_es), publicación de Twitter, 2 enero 2019, 11:05 p.m.

Por ti hubiera puesto mi mano en el fuego.
No lo quería creer.
Me resistía a admitir que eso fuera posible.
Hasta que te vi, impensadamente, en Roma,
un dos de abril,  
y a lo lejos.

No estaba segura de si tú me habías visto también,
por eso me acerqué,
y te encontré de espaldas,
parado,
con los brazos cruzados por detrás, 
sujetando un libro entre las manos,
con la cabeza baja,
absorto, pensando…

Así estuviste un rato,
sin moverte,
con la cabeza baja,
absorto, pensando…
No sé por cuánto tiempo.
Yo me fui.

Quería tomar café, y a la cafetería,
ésa, a la que supusiste que yo iría,
dando un rodeo, encaminé mis pasos.

Estaba ya llegando, cuando al doblar la esquina, nuevamente te vi,
escondido,
vigilante,
asomando la cabeza por la puerta de la cafetería,
agazapado,
al acecho…
Y entendí.
Te había visto de espaldas,
parado,
con la cabeza baja,
absorto, pensando…
y maquinando.

Me di cuenta de que advertías de mi presencia a alguien,
entonces reparé en un señor muy alto,
que estaba en mitad de la calle.
A tu señal, el señor muy alto
tiró el cigarrillo,
alzó los brazos,
y, móvil en la mano,
me comenzó a grabar.

Tú viniste hacia mí,
el rostro hierático
y la mirada fija.
Con el brazo escondido,
pegado al tronco
en un perfecto ángulo recto,
y la mano, extendida y rígida,
en un gesto de provocación,
semejando un extraño y falso saludo,
que mantenías oculto
para el señor muy alto,
detrás de ti
grabándome.

Pasaste por mi lado,
mirándome a la cara fijamente;
sin despegar los labios,
ni una mínima expresión en el rostro.
Con el brazo escondido
pegado al tronco,
y la mano extendida y rígida,
a modo de falso saludo,
y oculto,
que sólo yo podía ver; 
provocando,
como sueles hacer,
ahora lo sé.

En un primer momento no entendí lo que estaba pasando,
ni lo que pretendías con aquella actuación.
Sólo sentí vergüenza ajena,
desconcierto,
y helor.

Aceleraste el paso,
yo no había reaccionado a tu provocación,
y te fuiste en una carrera
patética.

El señor muy alto me miró sorprendido,
aquello no encajaba con el guion que tú le habías proporcionado;
y sorprendido,
caminó tras de ti.

Me quedé horrorizada,
la Verdad y la Fe ya no tenían sentido.
Escondido y oculto cual ladrón,
sin dar nunca la cara,
te habías mostrado como eres
por una, y sola vez;
te quitaste la venda,
se me cayó la mía,
ahora te conozco,
sé quién eres.
En tu afán por desacreditar,
improvisaste, a la desesperada,
una grotesca puesta en escena,
sin darte cuenta
de que con ello revelabas
lo que, por odio a la mujer,
puedes llegar a hacer.

Plagiador de identidades,
plagias la identidad por misoginia,
por no poder sobresalir
y una mujer sí puede;
por el talento, del que tú careces,
y una mujer sí tiene;
porque una mujer nunca puede brillar,
siendo tú
la opacidad misma.
Por eso no sólo plagias su trabajo,
sino también su identidad
para anularla,
para que esa mujer no exista,
para que nadie la conozca,
para que su trabajo nunca salga a la luz.
Esto lo has hecho ya más veces.

Experto en manipulación mental,
comienzas por desprestigiarla
mediante la calumnia,
que orquestas,
tú nunca das la cara,
en todos los ámbitos de su vida,                                                
profesional, familiar y social,
para aislarla,
para que nunca encuentre ayuda;
y para ello, no dudas en comprar
a amigos y familia,
y a contactos,
a los que ella acceda.

Pero tu táctica no da
el resultado que esperabas,
esa mujer se te resiste,
no puedes anularla,
no se hunde;
al tiempo que tu rabia
y tu odio se alimentan,
y, en tu fracaso,
te revuelves colérico
y vas a hundirla con más fuerza.
Emprendes una nueva estrategia,
y a la calumnia añades
todo un sistema de extorsión
y de acoso.
Esto lo has hecho ya más veces.

Uno tras otro tus planes son desbaratados,
esa mujer se te resiste,
no puedes anularla,
no se hunde,
y respondes con mayor virulencia;
ahora vas a aniquilarla.
Hurgas en su pasado,
no encuentras nada
a lo que puedas agarrarte,
y, en tu locura,
llegas a inventarte hasta delitos                   
que intentas inculpar,
en una orquestación,
que otros,
comprados,
escenifican para ti;
tú nunca das la cara.

Cual serpiente enroscada a su presa,
vas inmovilizándola,
dando vueltas y vueltas sobre ella,
cerrando más y más el cerco
hasta asfixiarla
y devorarla.
Cada paso que ella da, lo vas interceptando
para que esa mujer no exista,
para que nadie la conozca,
para que su trabajo nunca salga a la luz.

Pero salió,
y está donde tú no querías,
porque ahí tú
nunca podrás estar.
Se te escapó la presa
en medio del férreo seguimiento
que tienes orquestado.
Tu odio es ahora mayor,
y te enroscas a ella  con más fuerza
hasta aplastar su espíritu
privándola de todo y de todos,
hasta asfixiarla,
hasta llegar a amenazarla,
para, al final,
aniquilarla.

Han pasado dos años desde entonces,
dos años desde aquel dos de abril
en que te vi, impensadamente, en Roma,
y a lo lejos.

Han pasado dos años desde entonces,
pero tú continúas,
a día de hoy continúas,
continúas con tu acoso asfixiante
y orquestado,
continúas con tu persecución
y ensañamiento,
continúas interceptando
cualquier trabajo,
cualquier proyecto
que esa mujer emprende,
no importa lo que haga,
porque ella es tu objetivo,
no sólo su trabajo,
por eso no permites que viva,
te crees que,
por tu estado,
tienes ese derecho,
y, por un medio u otro,
pero siempre sin dar nunca la cara,
intentas una y otra vez
aniquilarla.

Has convertido tu odio
en una guerra;
tu misoginia,
en tu leitmotiv.

Han pasado dos años desde entonces,
pero tú continúas,
continúas bloqueando,
amparado por las presiones
que, por tu estado, ejerces,
cada paso que ella da
encaminado a desenmascararte.
Y a ese amparo,
utilizas tu estatus
para ocultar al mundo
quién se esconde
tras esa apariencia de cordero.

Si eres capaz de obrar de esta manera,
sin ápice de arrepentimiento,
si tu insaciable obsesión por destruir a esa mujer
ocupa toda tu existencia,
si albergas tanto odio hacia ella, 
que llegas a olvidar lo que eres
y para lo que vives,
es que no crees en Dios…
¿O es que no existe Dios,
y todo es un montaje?

Me refugié en la Fe,
en la que me educaron mis padres,
y recé.
Entonces comprendí.

Satanás no fue sólo aquel ángel caído,
que, por soberbia,
se rebeló contra Dios
para igualarse a Él.
Satanás está vivo
y nadie es intocable.
Satanás puede estar en cualquier ser humano, sin ninguna excepción.
Está dentro de aquellas personas que no se arrepienten,
que deciden escoger el camino del mal
y no dar marcha atrás.

Satanás está dentro de aquellos
que disfrutan calumniando a su hermano;
Satanás está vivo. 
Satanás está vivo, y yo he sido testigo.

Yo he visto a Satanás.

Satanás eres tú.   

       Copyright © María Victoria Olmedo Toval

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